Llevábamos recorriendo las arenas durante 16 días en busca de mi hermano el Sol. Cada día, al amanecer, nos levantábamos con la misma tristeza y el mismo dolor incrustado en el cuerpo para siempre, y como no teníamos otra forma de desahogarnos, íbamos a recorrer las playas en busca de lo que se tragó el mar.
La rutina era siempre la misma durante aquellos días. Nos despertábamos temprano, nos abastecíamos de agua y algún fiambre y nos dedicábamos a caminar. Caminar y caminar por la arena, a veces solos, casi siempre acompañados. En esta época del año el Sol no quema demasiado la piel, y en aquellos años el planeta aun no se había calentado tanto. Así que era posible estar bajo el sol, caminando todo el día. Recorríamos kilómetros y más kilómetros, siempre con la misma mirada perdida en el horizonte azul del mar.
La rutina era siempre la misma durante aquellos días. Nos despertábamos temprano, nos abastecíamos de agua y algún fiambre y nos dedicábamos a caminar. Caminar y caminar por la arena, a veces solos, casi siempre acompañados. En esta época del año el Sol no quema demasiado la piel, y en aquellos años el planeta aun no se había calentado tanto. Así que era posible estar bajo el sol, caminando todo el día. Recorríamos kilómetros y más kilómetros, siempre con la misma mirada perdida en el horizonte azul del mar.
Cada vez empezábamos el recorrido un poco más al sur, repasando nuestras pisadas de la jornada anterior, pero a la vez cubriendo más territorio en dirección al Sur. Siempre al borde del mar, haciendo maravillas para cruzar en aquellas partes donde las aguas revientan directamente contra la roca y no existe playa. Así recorrimos el litoral de la ciudad de Lima sin dejar milímetro sin escudriñar.
Cada día la misma rutina durante 16 días, buscando respuestas, tratando de entender la lógica de esta realidad, buscando algo que sabíamos no podríamos encontrar allá afuera.
Hasta que una noche, la mar que ya nos conocía tanto por andar pisándole sus aguas día a día, decidió devolvernos el Sol. Y no lo hizo a kilómetros de distancia, allá lejos donde habíamos llevado nuestros últimos pasos. Sino que lo hizo frente a nuestra casa.
Aquella noche, como en el poema de Vallejo, todos los hombres de la tierra salieron de sus casas y caminaron con nosotros para velar lo que las aguas nos dejaron.
El 20 de diciembre de 1995 despedimos a mi hermano el Sol, y a pesar que en secreto le he seguido buscando, se que está más allá de a donde mi imaginación puede llegar, esperando por nosotros.
*Al fin de la batalla,
y muerto ya el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
Se le acercaron dos y repitiéronle:
"No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar... *
(Masa de César Vallejo)
0 comentarios :: Inti un 20 de Diciembre
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